Después de haber visto algún reportaje sobre el boxeo, me quedo asombrado de la capacidad de resistencia. Aquí tenemos unos hombres cuyo entrenamiento se basa en «saber dar y saber recibir». Su espectacular fuerza física les permite dar golpes con tal potencia que sólo uno bastaría para dejar fuera de combate a un hombre robusto. Pero lo que más me maravilla no es la forma en que dan los golpes sino su modo de encajarlos. Les vemos inclinar el rostro cubierto con sus puños y recibir una lluvia de golpes saliendo invictos.

Cuando observo el mundo en que nos movemos me asombra la forma en que la gente continuamente esta «dando golpes».
No pasa un día sin que escuchemos una crítica sangrienta contra algo o alguien. La crítica, palabra mal usada por algunos, es el guante diario de muchos. Las decisiones del político son duramente golpeadas por los medios de comunicación. El entrenador de fútbol es criticado por la reciente alineación en su último partido. Las últimas obras del ayuntamiento en la plaza mayor no están a gusto de todos. La familia más cercana cuestiona duramente la forma de enseñanza impuesta en el hogar. El pastor baja su rostro para poder encajar algunos golpes directos y algún golpe bajo de aquellos que verdaderamente duelen y le hacen retorcer. El miembro de iglesia sale también con algún ojo morado de vez en cuando y etc., etc.
Es penoso tener que ir por la vida con un casco o mejor dicho con una armadura medieval para evitar que algún golpe te deje fuera de combate. Un boxeador no es completo físicamente sino tiene la potencia de dar y el aguante de recibir. Sería lamentable ir al cuadrilátero sólo sabiendo dar golpes. Seguro que no pasaría del primer asalto. También nosotros nos encontramos en un cuadrilátero diseñado para nuestra propia formación. Nunca madurará nuestro carácter si sólo sabemos dar golpes y no sabemos encajarlos.
Tenemos una facilidad asombrosa para ir con los guantes colgando del hombro, prontos para sacudir al prójimo. A la más mínima «paja en el ojo», le mandamos un golpe directo. Debido a nuestra condición humana estamos sujetos a numerosas críticas y censuras. Algunas de ellas por lo ciertas que son se convierten en bálsamo para nuestra alma. Otras en cambio son duras de encajar. Alguien dijo que los hombres se dividen en «recios y tiernos». La caída de Adán ha desordenado en el hombre el diseño divino.
El pecado que mora en cada uno nos hacer ser «recios con lo demás» y «tiernos con nosotros mismos». Tal vez sería mejor ser recio con nosotros mismos y tiernos con los demás. En otras palabras, no permitir que nuestra sensibilidad se ejerza sobre nuestra misma persona, sino mantenerla dirigida hacia las necesidades de los demás y seguro que creceremos en la medida que crece nuestra sensibilidad.
La forma en que nosotros tratamos a los demás dice mucho acerca de nuestro carácter. Es mejor ir por la vida como el publicano que «se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador».
Me pregunto el porqué estamos tan interesado en la vida de los demás. Es como si pensáramos que Dios nos ha llamado a ser detectives privados y que podemos entrar en la vida de otros sin llamar a la puerta, aun Cristo cuando trata con nosotros llama a la puerta (Apocalipsis 3:20). Pedro, en su ímpetu de querer saber acerca de un discípulo, recibió este golpe directo: «Si quiero que él quede…¿qué a ti? Sígueme tú». Dios quiere que nos ocupemos más en mejorar nuestra propia vida que en cambiar la del vecino. Hay un proceso que se puede observar en este «golpe directo». Todo suele empezar por una murmuración sobre algo intrascendente, luego se convierte en una crítica y ésta pasa a ser una censura abierta que finalmente acaba en un rechazo a la persona. Si yo tratara a los demás de la misma forma que Cristo me trata a mí, seguro que mis relaciones personales con mi prójimo cambiarían. Ya no saldría a la calle con los guantes en el hombro.
Debería ser suficientemente astuto y hacer caso al Señor que me dice: «Guardaos de los hombres». Y si me dan algún golpe, tener suficiente carácter para levantar el rostro y seguir mi camino con Aquel que «cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente». ¿Qué tipo de persona eres tú? ¿El que sabe dar o el que sabe recibir?
Moisés Campos